Veamos. La realidad a este lado no te gusta nada, y quieres cambiar. Tienes un muro frente a ti. No hay puertas. No puedes saltarlo. El muro no se acaba por ningún lado.
Piensas. Lo haces durante varios días. Sólo hay una solución:
dar la vuelta a todo el jodido mundo para llegar al otro lado.
Tardas, pero lo consigues. Tras el largo viaje llegas al otro lado del muro.
Y te das cuenta de que no merecía la pena cambiar de lugar. Ahora preferirías haberte quedado como estabas.
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