Tuvimos una televisión de pantalla plana de 32 pulgadas
y una cuenta a plazo fijo en el banco.
Amamos como aquellos que saben que el mundo se va a acabar.
Tuvimos un sofá, unos cojines, un gato, y de vez en cuando, reíamos.
Nos emborrachamos juntos dos o tres veces por semana.
Tejimos nuestras dudas con hilo que nunca se acaba.
Aprendimos a pilotar aviones sin movernos de la cama.
Cada noche declárabamos la guerra a todos los relojes
y nuestros planes dejaban pequeños los calendarios.
Hasta que un día, de repente,
y sin que nadie lo esperara
todo se acabó.
Y nunca nadie anduvo tan triste en esta ciudad.
2 comentarios:
Triste pero cierto, las cosas son como tienen que ser y hasta donde tienen que ser.
Obviamente es difícil aceptarlo. Sencillo, sereno y cierto tu escrito.
Saludos.
Como dice Calamaro: "todo lo que termina, termina mal, y poco a poco, y si no termina se contamina mas". Es difícil cambiar la página, pero muchas veces no queda de otra.
Nos vemos en el camino.
Tchau
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