Ante el aumento de la fuerza de la movilizaciones, en número y fuerza, las autoridades deciden dar un puñetazo en la mesa y prohibir las manifestaciones en una determinada zona. Deciden establecer una “zona roja” donde la gente no se puede manifestar. Establecen una barrera policial para tapar las voces que piden ser escuchadas.
Con eso consiguen dos cosas:
1.-Que sus líderes cósmicos destinados a llevarnos a todos hacia el “paraíso neoliberal” no sufran una bajada a la tierra y alguien les diga a la cara lo que opina de ellos. Consiguen seguridad.
2.-Dar una imagen de aparente normalidad y que allí donde se encuentran esos líderes y los medios de comunicación se aparente una falsa calma. Así cuando los telediarios conecten en directo no se verá de fondo a esa panda de radicales repitiendo consignas utópicas. Consiguen tranquilidad.
Se trata de recortar la realidad y la libertad bajo el amparo de la seguridad y la tranquilidad. Los gobiernos tienden a temer que hable la calle, que la gente salga a decir lo que piensa, a pedir aquello en lo que cree. Pero esas voces intentan traspasar esa línea roja aunque no lo tengan permitido.
Cuando la autoridad pierde con sus acciones la legitimidad del pueblo, éste no está obligado a obedecer a esa autoridad. Al menos se plantea la duda sobre a quién le pertenece el espacio.
Pongamos un ejemplo:
Si el Gobierno de José María Aznar no escucha al 90% de los españoles que dice “No a la guerra”, ¿por qué debe el pueblo respetar a esa autoridad que no les respeta a ellos?
La pérdida de legitimidad conlleva la pérdida de la autoridad. Si no nos representan no obedecemos.
El 13-M en Madrid representó otro paso en esa dirección. Mariano Rajoy dijo que aquella concentración era “ilegal e ilegítima”, cuando lo más ilegal e ilegítimo era la actitud de un gobierno que negaba la información al pueblo que había sufrido ya sus decisiones un año antes. Aquello fue una expresión de democracia, de la soberanía del pueblo expresándose libremente, sin necesidad de que los convoque un partido político. Con la fuerza de internet, de los móviles, del boca a boca.
Saramago dijo algo hermoso en la multitudinaria manifestación contra la guerra del 15 de febrero en Madrid. Dijo que “hoy en día existen dos superpotencias en el mundo: una es Estados Unidos, y la otra eres tú, la opinión pública mundial.”
Está claro que hay una gran dosis de utopía en esta afirmación, pero también hay una gran dosis de realidad. El poder de la gente está en la calle, y al tomar conciencia de ello ese poder va creciendo. Cuando su gobierno no les representa les queda la calle como un recurso para manifestar la disconformidad. Y por eso va creciendo también el miedo en las autoridades.
Ahora sabemos que el movimiento global puede ser muy fuerte y sin necesidad de los medios de comunicación. Ahora sabemos que se pueden hacer manifestaciones mundiales.
Pero también lo saben las autoridades. Saben que estos movimientos tienen una fuerza inesperada. Por ello no es de extrañar que aumente la represión, que la zona roja sea algo en expansión, que algunos derechos sufran las consecuencias de esta causa-efecto.: a mayor fuerza de los movimientos le sigue siempre una mayor represión.
Habrá que ver qué fuerza es mayor. Puede que sea una de las respuestas a encontrar en el siglo XXI.
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