Todos los trenes se escapan justo antes de que tú llegues. Piensas que estás haciendo lo correcto, pero no, siempre hay algo que te dice que estás equivocado. Tenías el partido ganado y te remontaron cuando menos lo esperabas. Te acostumbras a la derrota. Conduces por la carretera siguiendo las señales, pero siempre acabas perdido. Huyes. Y vuelves. Siempre lo mismo. Y ni huyendo ni volviendo encuentras lo que buscas.
Esperas una señal que nunca llega. Parece que tendrás que esperar sentado.
Sales a la calle, una noche de viernes, y te cae un diluvio primaveral.
Corres. Estás calado. Resbalas y caes. Te golpeas en la cabeza. Y piensas que sí, que la ostia ha sido demasiado.
Pero te levantas y compruebas que no ha sido para tanto. No hay sangre. Saldrás de esta. Completamente empapado, y dolorido. Pero sales. Te subes al autobús. Llegas a casa. Y tienes que escribir. No queda otra. Como si fuera un consuelo para los desesperados.
Piensas en lo que ella te dijo justo antes de marchar: "Nunca hemos tenido suerte para nada...". Y te das cuenta de que nadie te dijo nunca nada con tanta verdad.
La mirada del tuerto fué demasiado. Y ya va para tres años.
3 comentarios:
A mí hace un par de semanas no me miró un tuerto, pero algo parecido. Los males de ojo existen?No lo sé, pero lo que cuentas es bonito aunque sea triste. Aupa.
Ya te cruzarás con unos ojos que te miren bien, iluminen tu camino y te hagan ser feliz.
Mientras tanto sobrevive a la tempestad!!!
...mi vida...acabas de describirme...
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