Correr hacia ninguna parte. Eso es lo que había hecho durante toda su vida. Los años pasaban y ella se dejaba llevar por el destino. No le gustaba tomar decisiones, así que prefería que pasara lo que tuviera que pasar. Estaba segura de que esa era la mejor manera de andar por la vida.
Tuvo una infancia normal, sin grandes noticias. Viviendo en un pueblo donde todos creen conocerse.
Desde pequeña le había encantado jugar a juntar letras, se notaba que ella era especial, diferente a todas las niñas de su edad. Tenía un gusto diferente en las películas, los libros, las canciones, en todo. Tenía otra forma de sentir las cosas. Todo lo llevaba muy adentro. Cuando estaba feliz, podía serlo más que nadie en el mundo, pero cuando estaba triste, podía conseguir ser la persona más desdichada sobre la faz de la tierra. Era de esa clase de personas que tienen tanta sensibilidad que lo viven todo de forma muy intensa, con esa habilidad para hacer de las pequeñas cosas algo inmenso.
No había nada en el mundo que le gustara más que llenar cuadernos y cuadernos. Primero poemas, después pequeños cuentos, y un día una primera novela que no leyeron ni sus mejores amigos. Por supuesto, tenía un padre que le decía que estudiara una buena carrera, que se hiciera abogada o economista, que así podría presumir de ella en el pueblo. Que lo de escribir estaba bien, pero sólo como un hobby, que con eso no se podía ganar la vida.
Con la excusa de estudiar periodismo consiguió escapar de aquel lugar en el que había nacido, dejando atrás un pasado perdido y un novio que nunca fue especial. La carrera no la gustaba especialmente, pero algo tenía que estudiar para justificar su huída del pueblo.
Artículos en revistas de tres al cuarto y caseros que no aceptan el pago en ilusión. Las noches de camarera, para poder comer, y los días escribiendo, para poder soñar.
Un día, un pequeño premio literario le acercó al sueño de ser publicada. Mucha ilusión y pocos lectores, ecuación que se repite en cientos de escritores. Aquellos días, esperando que las cosas fueran a mejor, se le hicieron eternos. Parecía que el futuro no iba a llegar nunca.
De pronto un día, el destino le sorprendió con un giro inesperado. Sin saber ni cómo, ni por qué, se encontró con que un hombre se había enamorado de ella. Tras unos meses de citas y buena conversación, la llevó al altar y, desde entonces, gracias a que él gozaba de buena situación económica, ella podía dedicarse sólo a escribir. ¿Enamorada? Más bien resignada. Hacía tiempo que había descubierto que todo lo que le contaron sobre el amor era una gran mentira. Ya no creía en los cuentos.
Durante aquellos años estuvo bastante cerca de ser feliz. Se pasaba los días envuelta en la rutina de hacer aquello que más la llenaba: escribir. Su marido era un buen tipo, la cuidaba y la entendía como nunca lo habían hecho. Y se dejaba llevar, un día, y otro, y otro más, llenando páginas en blanco para llenar su vida. Desde luego, no le gustaba vivir con esa dependencia económica, pero lo justificaba en el hecho de que así podía dedicarse en cuerpo y alma a llenar páginas en blanco. Alguna amiga dejó de hablarla, por considerarla poco consecuente con sus ideas y con la vida que había llevado hasta el momento. ¿Pero ellas qué sabían?
Pasado un tiempo se encontró con algo que hacía mucho que había dejado de esperar: el éxito. Hacía unos meses que había publicado un libro. Un amigo le había dedicado una buena reseña, y parece que el boca a boca hizo el resto. Sus libros dejaron de estar perdidos en las estanterías, y cobraron una importancia que nunca habían tenido.
Llegaron las entrevistas, los autógrafos, la tele, la feria del libro, los viajes. Una vida de escritora de éxito.
Y su marido que le pide un día que le haga padre:
-¿Precisamente ahora?
-¿Por qué no?- le respondió él.
Así que aquello fue el final de una bonita historia de amor. Él no entendió que ella dijera que no, así que decidieron seguir cada cual por su camino.
CONTINUARÁ...
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