4/04/2006

MÁS VIVO QUE NUNCA

Quique, más vivo que nunca

En febrero, el cantautor Quique González realizó la siembra con la grabación en directo de «Ajuste de cuentas». ABC le siguió la pista al músico durante aquel concierto y también en las horas previas. Los aficionados podrán catar la cosecha a partir de hoy

Tres de la tarde del primer jueves de febrero. Una hora inhóspita para los cantautores, el territorio todavía hostil de la luz del día. Sin embargo, hace tiempo que técnicos de todo tipo ultiman los más mínimos detalles del escenario en el que, en apenas tres horas, Quique González va a hacer algo que se tiene bien merecido, su «Ajuste de cuentas», después de tantos años peléandose con los gigantes (y no molinos, se lo aseguro, de las discográficas), montado en su Rocinante de independencia. Peleándose, seguro, hasta con él mismo, Quique González, un cantautor de ley, heredero de hecho y por derecho de dos grandes tipos como Antonio Vega y Enrique Urquijo. Ese 2 de febrero el alumno aventajado ha decidido grabar, ante un puñado de fans, un álbum en directo que resume su deliciosa y exquisita carrera.

A las cuatro, el plató estudio «El desafío», en Fuente del Saz, Madrid, es un ir y venir de gente, sumergida en el encrespado oleaje de un mar de cables, de cinta aislante, de walkie-talkies, de tipos con herramientas, de notas de un piano que alguien afina con amor, como si le estuviese dando puntadas a un corazón. Pulido y requetepulido Los miembros de los Taxi Drivers, la banda de Quique, andan cada uno a lo suyo. Como David Gwynn, un clásico de la escena madrileña desde hace más de veinte años, que no ha cambiado. La misma gorrra de siempre, el mismo virtuosismo mientras ensaya, un muñeco de Johnny Cash junto al «ampli». Toni Jurado, el batería, prefiere entregarse a un masaje de su chica (suponemos), que ya se sabe que un batera es un atleta del rock and roll. Las lámparas de mesilla de noche, de bar con posibles, que forman el decorado brillan mansas, mientras Quique aprovecha para echarse un cigarrito en el exterior. Detrás del escenario se apilan docenas de bebidas isotónicas, como si aquello del sexo, drogas y rock and roll quedara para otro momento o por lo menos para después. Comienzan los ensayos y comienzan también las frases habituales: «Súbeme el hammond»; «Vamos con otro tema». «Ahí estamos». Quique está en todo el ajo; alrededor los Taxi Drivers. Y en el centro, como la fogata de una noche de campamento, como el símbolo de los músicos, apiladas, tal que un barco de siete mástiles las guitarras de Quique. El repertorio está más que pulido y requetepulido; ha pasado ya todas las pruebas del algodón. Al fondo, cinco menos diez de la tarde, asoma Jorge Drexler. Colabora en «Me agarraste». Hace su trabajo, a la primera, y regresa a los camerinos. «¡Sois unos monstruos!» El padre del artista no ha faltado a la cita: «Sois unos monstruos», les dice a los chavales. Y los chavales ya andan por ahí de punta en blanco, como vestidos de boda. Quique ha colgado la sudadera y está hecho un dandi más que un kamikaze enamorado con su traje crema de pana. Aunque la camisa parece que no le llega al cuerpo, como también le pasa a veces a su admirado Guti, el 14. (ya somos dos). Y es que ésta no es ni puede ser una faena de aliño. «¡Un, dos, tres y....!», las baquetas en el aire dan la salida: «Reina en las ciudades sin nombre...», a los acordes de «Miss camiseta mojada» ya no hay marcha atrás. Y los kamikazes, por supuesto, y enamorados, por supuesto: «Carne de cañón, heridas invisibles...»; y «La ciudad del viento»: «... todos los teléfonos que esperan tu llamada están ardiendo...»; y el sabor del «Salitre» que no podía faltar: «Te acariciaba un marinero en tierra, pero esta vez no era yo...». Y Quique apura entonces el cigarrillo de la desesperanza, del recuerdo y la melancolía. «Esta canción se titula "Aunque tú no lo sepas" y se la vamos a dedicar al gran Enrique Urquijo: «Aunque tú no lo sepas me he acostado a tu espalda... inventamos mareas... tripulábamos barcos... encendía con besos el mar de tus labios»». Quién pudo aquí impedir una lágrima, aunque sea furtiva. Entre los técnicos, el público y los directivos de la compañía asoman los rizos de una cabeza, la de Enrique Bunbury, que por unos momentos iba a dejar de ser un héroe del silencio. Y se apuntaba a lo de siempre: «Un pequeño rock and roll». La extraña pareja, porque pocas veces se ve sobre un escenario a dos artistas tan distintos: el histriónico (y genial Bunbury) y el melancólico (y genial Quique). Una tras otra, canción tras canción. Y luego, a recoger los bártulos, a visitar y saludar a los conserjes de noche, como juglares, con la música a otra parte. Es curioso, pero estos músicos son de esas personas que cuando bajan de un escenario siguen siendo personas. Quique ya ha hecho su «Ajuste de cuentas». Cuando lo escuchen comprenderán que tenía sus razones. En la noche un estribillo queda prendido del alma: «Pequeño rock and roll, yo sé que estás a punto de decirme adiós». Será hasta pronto, no te parece, Quique.
T EXTO: MANUEL DE LA FUENTE. FOTOS: IGNACIO GIL
DIARIO ABC

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con una grabación como ésta, no es de extrañar que el disco vibre por sí mismo.

deneb