9/01/2011

el día en que te vi aparecer tras aquella puerta por primera vez

A mi me faltaban varias cosas. Un destino final para mis versos inconclusos, la luz que alguien me había robado, una moleskine donde escribí demasiados nombres que ya no decían nada, las llaves del coche, un libro de recetas de cocina fáciles para un hombre solo, y un inventario de palabras bonitas que hice una noche de invierno sentado en el suelo del salón de la casa de alguien que dejó de existir en mi vida. Así estaba yo cuando te encontré. Solo y desorientado. Y algo imbécil, también.
Y tú abriste aquella puerta, tras la cual se prendió la misma luz que en las películas malas en las que muere alguien y va al cielo a través de un largo túnel. Pero realmente, aquella sensación era la misma. Dejé atrás el purgatorio emocional donde anteriormente había mencionado encontrarme completamente imbécil. Te miré. Y supe que algún día serías mía y que yo viviría en el mismo lugar que esa bandera tan bonita que tenías en tu cuarto. Quizás alguien debió advertirte: cuando quiero algo, no paro hasta tenerlo. Y así, obcecado por tu risa (y terriblemente imbécil), llegué hasta ti. Y ahora no pienso hacer otra cosa que mirarte durante varios días seguidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bendita imbecilidad esa de la que hablas ...

Un beso
LMdC

illeR dijo...

Ohh,que bonito [modo sonriendo]