11/13/2011

Un pingüino en Acapulco

Amanezco con una resaca considerable. El sol brilla de forma excesiva. Protegido por unas gafas de sol, y cargado con una maleta roja en la que cabe lo justo, me dirijo a la estación de autobuses. Destino: Acapulco. 4 horas de camión que me paso durmiendo.
Mucha gente me ha desaconsejado el viaje. En Acapulco las cosas andan bastante revueltas. El narco campa a sus anchas, y el ejército se muestra impotente e incapaz. Aún así decido jugármela. Necesito mar, y este es el más cercano al DF.
Me recogen unos amigos, y lo primero que hacemos es encerrarnos en una cantina y contarnos la vida entre chelas y caballitos de tequila. Tengo una amiga que es veterinaria. Tiene su propia clínica. Hace unos meses, cuando estaba a punto de cerrar, aparecieron tres tipos por la puerta. Le dijeron que tenía que acompañarles. Sus dudas se disiparon cuando le enseñaron sus pistolas. Le taparon los ojos y le llevaron a una camioneta negra. El camino fue largo. Cuando llegaron le quitaron la venda y se encontró con una mansión imponente. Le llevaron a uno de los edificios. Hacía mucho frío. Allí se encontró a un hombre vestido de negro. En el suelo, tendido, había un pingüino. El hombre de negro le dejó clarito el trato: o lo curas,o lo curas. Mi amiga, evidentemente, no había visto un pingüino en su vida. En Acapulco el clima es tropical. Al final consiguió curarlo.
Dentro de lo trágico del asunto, la historia, real como la vida misma, supera los límites de la realidad.

1 comentario:

kika... dijo...

Me recuerdas un poco a un relato de Bolaño en el que un padre y un hijo van a Acapulco... ten cuidado...

besos,
K