Corri por unos pasillos enormes, igual que los de los aeropuertos y los hospitales. Llegué hasta el final y me senté en el suelo.
Puse mi cabeza en las rodillas. Lloré. Me rompí un rato. Muchos pasaron por delante. Pero no me veían. O no me querían ver. Yo gritaba, pero lo hacía en silencio. Pasaba el tiempo y todo seguía igual. A ratos asomaba la cabeza. Y me volvía a esconder. Trataba de no pensar. Llegué a olvidar el tiempo que llevaba allí.
Hasta que alguien llegó y me ofreció su mano. La cogí y me levantó. Me sacó fuera y me ofreció una tregua. La acepté.
Y me dí cuenta de que había pasado en ese lugar 999 días.
Y ahora sólo disfruto de cada día como si fuera el último, sabiendo que en algún momento todo acabará. Y llegará el día 1000.
1 comentario:
Ufff, lo de "me rompí un rato" retuerce por dentro...
besos.
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